2 Samuel 5: David reina sobre todo Israel
Léase por favor 2 Samuel 5:1-5
No logré escribir un estudio la semana pasada pues fui con el hermano Douglas Jacobson a visitar a la pequeña asamblea en Mexicali. Éramos solo cuatro juntados en la casa del hermano Marcos y Emilio Balderas que recordamos al Señor en su muerte. Son días de mucha debilidad y flaqueza, pero nos regocijamos en la verdad de Mateo 18:20 “Donde dos o tres están congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos.” En el estudio bíblico de anoche en Hemet éramos solo diez personas, incluso una pareja de visita, así que sentimos mucho nuestra flaqueza. Mañana el día domingo estamos esperando un buen grupo de visita de otras asambleas que vienen para disfrutar el bonito clima del desierto antes de la conferencia en Burbank.
Continuando en nuestro estudio de 2 Samuel, noté algo a la vez interesante que triste. “Vinieron todas las tribus de Israel a David en Hebrón y hablaron, diciendo: Henos aquí, hueso tuyo y carne tuya somos. Y aun antes de ahora, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú quien sacabas a Israel a la guerra, y lo volvías a traer. Además, Jehová te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel, y tú serás príncipe sobre Israel.” Son palabras bonitas, y hasta la semana antes cuando leí estos versículos y meditaba sobre ellos, nunca había pensado en su significado. ¿Cuántos años habían pasado desde la muerte de Saúl? No tenemos que adivinar, pues el capítulo nos cuenta. “Era David de treinta años cuando comenzó a reinar, y reinó cuarenta años. En Hebrón reinó sobre Judá siete años y seis meses, y en Jerusalén reinó treinta y tres años sobre todo Israel y Judá.” Por dos años, bajo la influencia de un general respetado (Abner) siguieron bajo el liderazgo de un hijo de Saúl, Is-boset que para nada tenía título para reinar. Su autoridad descansaba en el poder de su general, Abner. Ya que Joab mató a Abner, Is-boset estaba con miedo en su reino y en verdad, algunos tomaron ventaja de su debilidad y lo mataron con sangre fría, cuando dormía sobre su cama. David los mató por su crueldad y maldad, aunque sin duda, ellos pensaron que iban a recibir algún premio.
Pero después de la muerte de Is-boset, el pueblo de Israel seguía cinco años, aparentemente sin gobierno. Alguien ha dicho que la única cosa peor que un gobierno malo y corrupto es no haber ningún gobierno. La sociedad desde los días de Noe ha sido, por la palabra de Dios, bajo la autoridad humana y esto es por la bendición del ser humano. “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste.” Romanos 13:1-3 Pablo nos escribió estas palabras mientras el gobierno de los Romanos estaba sobre toda la tierra donde el andaba con el evangelio de Cristo. Los romanos eran en muchos sentidos bien crueles e injustos, pero aun así Pablo nos enseña que nos sometamos a las autoridades superiores.
Pero por fin, después de estos años sin supervisión, venían las tribus de Israel a David con las palabras que citamos en el principio del estudio. “cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú quien sacabas a Israel a la guerra…” Reconocían que David siempre, aun durante el reino de Saúl, había sido su salvación de sus enemigos. ¿Cómo pues, demoraron tanto tiempo para darle su lugar de rey? No solo confiesan esta verdad, sino otra. “Además Jehová te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel, y tú serás príncipe sobre Israel.” ¿Qué? ¿Desde cuándo entendían las palabras de Jehová mismo que David era el escogido para apacentar a su pueblo Israel, y ser su príncipe? Eso no era cosa recién entendido, sino algo que ellos sabían desde hace años y años. Pero no obedecían. Así leemos esta expresión dos veces en Romanos, una vez en el capítulo 1 y otra vez en el capítulo 16. “y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre.” Romanos 1:5 “la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que, por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe.” Es una cosa saber una cosa, y otra cosa obedecer por la fe. El pueblo de Israel, a pesar del conocimiento de la voluntad de Jehová “tú serás príncipe sobre Israel” no obedecían, pues no había en ellos la fe. Acaso les parecía más fácil continuar con la familia de Saúl, poniendo a Is-boset como su rey. Acaso era por la influencia de hombres malos, fieles a la familia de Saúl y conociendo el odio de Saúl contra David, que no querían someterse al reino de David. Así hay algunos que conocen muy bien la verdad del evangelio; se dan cuenta de los datos históricos de la muerte y resurrección de Jesucristo. No dudan que no hay salvación en otro. Pero, de todos modos, no se someten a Jesucristo como su salvador.
Me acuerdo la triste historia de una señora judía que escuchaba la historia de Jesús, Mesías rechazado por su nación, pero salvador del mundo por su muerte en la cruz. Ella aceptó con gozo las buenas nuevas de la salvación. Pero cuando intentaba explicar esta gloriosa verdad a su marido Max, recibió una respuesta inesperada. Ella le dijo “Max, Jesucristo es el Mesías de Israel.” Su marido contestó “¿Qué más da? Ella se puso asombrada y dijo “¿Qué quieres decir? ¿Tu si sabes que Jesucristo es el Mesías?” Contestó “Claro que sí. Calculo que todos los rabinos que predican los sábados también lo saben. ¡Pero no lo confiesan! No hay lugar en el mundo de los gentiles para los judíos que aceptan a Jesús y si lo confiesan, perderán su lugar entre los judíos.” Ellos vivían en Nueva York alrededor del año 1900 y el antisemitismo entre los habitantes gentiles de Nueva York era muy fuerte. Se protegían los judíos por formar sus propios vecindades y negocios y tenían pocas relaciones con los gentiles. La esposa había escuchado el evangelio por la boca de unos cristianos sinceros que se daban cuenta que su deber era amar a los judíos y presentarles el evangelio de Jesucristo. Pero su marido, teniendo el conocimiento, no quiso arriesgar “la obediencia de la fe.” Así Israel demoraba más de siete años antes de obedecer lo que habían sabido por tantos años. ¡Que pérdida de tiempo y bendición!
F. Fournier