LA UNIDAD

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posted by: R.Guillen

LA UNIDAD

“Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn. 11.51-52).

I. INTRODUCCIÓN

La unidad es el gran principio de Dios que compromete tanto sus consejos eternos y celestiales, como sus designios temporales y terrenales. Hay, según las Escrituras, distintos ámbitos, esferas y naturalezas de unidad, en los cuales Dios consuma y consumará estos consejos y designios en cuanto a ella. Así, podemos hablar de la unidad de Israel, su pueblo terrenal; de la unidad de la Iglesia, los santos propiamente celestiales; y de la unidad en la creación. Y en este último aspecto, es importante notar que los designios de Dios prevén tanto el cumplimiento de la unidad en la creación temporal actual, como en la eterna y futura nueva creación.

Si el pecado introdujo la enemistad y divorcio entre todas las cosas, entre los distintos elementos de la creación; e introdujo la enemistad entre el hombre y Dios, y la enemistad entre los hombres; la redención, por su parte, es el gran principio sobre el cual Dios funda y fundará, opera y operará, construye y construirá, toda forma de unidad. La unidad de la que especialmente hablamos aquí, la unidad según Dios, siempre encuentra su sólido fundamento en la redención. Cristo siempre es el centro divino de toda unidad según Dios; y el Espíritu Santo es el poder divino que la opera, la consuma y la sostiene; y la redención es el fundamento divino que la cimienta. En consecuencia, como lo veremos, siempre que hablamos de unidad, desde la perspectiva que principalmente la tratamos aquí, hay un Dios que la ha determinado de antemano; hay un fundamento divino que la sustenta: la redención; hay un centro divino que le da dirección, referencia y consistencia: Cristo; y hay un poder divino que la realiza, consuma y sostiene: el Espíritu Santo. En fin, toda la Deidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu, tienen que ver con el solemne principio de la unidad.

Un principio característico en este tema que nos ocupa, es que la unidad según Dios no admite la asociación al mal, por eso, el terreno en que se consuma es el de la redención. La obra de la cruz es el eterno fundamento que sostiene todos los designios y consejos de Dios en cuanto a la unidad. Ellos pasan necesariamente por ella (Jn 11.51-52; 12.32). Por otro lado, la unidad es siempre hacia algo, o mejor hacia Alguien; es hacia un centro que la aglutina y le da consistencia. Ese centro es Cristo. Y como lo hemos dicho, hay un poder divino que dirige y asocia cada elemento de esa unidad con ese centro divino: el Espíritu Santo.

II. LA UNIDAD DE ISRAEL

Tratemos en primer lugar, de una manera concisa, el asunto de la unidad del pueblo terrenal de Dios: Israel. Recordemos que a causa de los juicios gubernamentales de Dios para con su pueblo terrenal, durante el tiempo del reinado de Roboam se produjo la división de la nación en dos reinos. Dos tribus, Judá y Benjamín, quedaron bajo el cetro de la casa de David; y las diez tribus restantes, se separaron conformando otro reino con cede en el norte: el reino de Israel (1R 11.29-39; 12.124). Desde entonces, la historia de los dos reinos marchó paralela, e incluso en la profecía, los caminos históricos como gubernamentales de Dios en cuanto a las dos tribus y las diez tribus, tienen su propio desarrollo diferenciado. No obstante, Dios prevé en el futuro profético, que Israel (las diez tribus) sea nuevamente reunido con Judá (las dos tribus); y ello, bajo el cetro mesiánico. El futuro remanente judío (las dos tribus) y el Israel disperso entre las naciones (las diez tribus), serán purificados, restaurados y reunidos nuevamente en uno. Volverán a ser un solo pueblo. Llevamos cerca de tres milenios de la ruptura de la unidad de Israel, pero con todo, el irrenunciable principio de la unidad se consumará en relación a él. “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, toma ahora un palo, y escribe en él: Para Judá, y para los hijos de Israel sus compañeros. Toma después otro palo, y escribe en él: Para José, palo de Efraín, y para toda la casa de Israel sus compañeros. Júntalos luego el uno con el otro, para que sean uno solo, y serán uno solo en tu mano. Y cuando te pregunten los hijos de tu pueblo, diciendo: ¿No nos enseñarás qué te propones con eso?, diles: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo tomo el palo de José que está en la mano de Efraín, y a las tribus de Israel sus compañeros, y los pondré con el palo de Judá, y los haré un solo palo, y serán uno en mi mano. Y los palos sobre que escribas estarán en tu mano delante de sus ojos, y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo tomo a los hijos de Israel de entre las naciones a las cuales fueron, y los recogeré de todas partes, y los traeré a su tierra; y los haré una nación en la tierra, en los montes de Israel, y un rey será a todos ellos por rey; y nunca más serán dos naciones, ni nunca más serán divididos en dos reinos. Ni se contaminarán ya más con sus ídolos, con sus abominaciones y con todas sus rebeliones; y los salvaré de todas sus rebeliones con las cuales pecaron, y los limpiaré; y me serán por pueblo, y yo a ellos por Dios. Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán un solo pastor; y andarán en mis preceptos, y mis estatutos guardarán, y los pondrán por obra. Habitarán en la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual habitaron vuestros padres; en ella habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre; y mi siervo David será príncipe de ellos para siempre. Y haré con ellos pacto de paz, pacto perpetuo será con ellos; y los estableceré y los multiplicaré, y pondré mi santuario entre ellos para siempre. Estará en medio de ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y sabrán las naciones que yo Jehová santifico a Israel, estando mi santuario en medio de ellos para siempre” (Ez. 37.15-28).

Sin duda que tenemos aquí al Israel restaurado, morando en su tierra, gozando los beneficios del nuevo pacto, y habiendo recuperado su unidad nacional bajo el cetro del Mesías. La redención es sin duda alguna el fundamento que hace posible esta unidad, pues hallamos al Israel perdonado, purificado y restaurado de toda su idolatría y de todas sus rebeliones. Todos estos bienes y bendiciones, son acreditados sobre el fundamento de la virtud del nuevo pacto que es en la sangre del Señor Jesucristo. A su vez, Cristo será el centro divino de autoridad en Israel; Él aparece aquí como el “rey” y también bajo el nombre de “David”. En el milenio tal unidad será expresada y vista, y el mismo Espíritu Santo la sostendrá en relación a Cristo. En definitiva, la futura unidad nacional de Israel obedece a un irrenunciable designio terrenal de Dios. El asunto se cumplirá necesariamente porque así Él lo ha dispuesto. Los bienes de la redención, las bendiciones del nuevo pacto, serán el fundamento de ello. “Haré una nación en la tierra” (v. 22).

III. LA UNIDAD EN LA CREACIÓN

Pasemos ahora a considerar los designios divinos en cuanto a la unidad en la creación. En tal sentido, Dios ha dispuesto que todo sea reunido en Cristo. Esto supone la unidad de todo lo creado “en Cristo”; cosa que ocurrirá cuando la maldición del pecado haya sido removida y el Señor tome autoridad universal sobre todas las cosas. Para observar este punto, leamos Efesios 1.9-10: “dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra”.

Esta unidad constituye también un irrenunciable propósito divino. Dios ha determinado en sí mismo, reunir y reconciliar todas las cosas en Cristo. Esto se va a producir durante el Milenio, la última dispensación. Esta es llamada la dispensación del “cumplimiento de los tiempos”, pues en ella Dios consumará todo lo que Él se había propuesto en relación a la presente creación. Aclaremos que la Nueva Creación, que seguirá a la disolución de la presente, no es estrictamente hablando una dispensación sino el Estado Eterno, un orden enteramente nuevo en el cual ya no existen eventos proféticos que cumplir en el tiempo. En el Milenio se cumplirán los designios divinos para con la actual creación, en tanto que el Estado Eterno o Nueva Creación supone otra cosa. Es en el Milenio que todo será reunido en y a Cristo, toda criatura y todo elemento de la creación, ya pertenezca a los cielos o a la tierra, será sujeto a su divina autoridad. Entonces, Cristo será la cabeza universal de todas las cosas. Él someterá todo bajo su autoridad (1Co 15.24-28). Actualmente, la creación está sujeta a las maldiciones que vinieron a causa del pecado (Gn. 3.17-18; Ro. 8.20-22), y el hombre impío y Satanás, ejercen de una manera u otra cierta autoridad. Mas luego, la tierra será liberada de la maldición, los impíos removidos de ella, el enemigo encarcelado en el abismo (Ap 20.13), y Cristo gobernará sobre todas las cosas; y entonces, se dará lugar a un Milenio de bendiciones. Así, todo será reunido bajo el cetro de Cristo en perfecta paz. Es esta una unidad temporal, no eterna; no obstante cumplirá el propósito divino previamente determinado, que dispone que todo sea reunido y reconciliado en Cristo. Esto habla de gloria; gloria que coronará al Señor. Él, que se humilló a lo sumo, adquiere una gloria eminente sobre todas las cosas (Fil. 2.5-11). Todo le es sujeto y puesto bajo sus pies, en perfecta dependencia a Él; quien como centro divino reconcilia todas las cosas con Dios.

Nótese que tanto la unidad de Israel como la unidad de todas las cosas reunidas en Cristo, se observarán en el tiempo milenial. Estas unidades serán las características de la última dispensación, pero no son unidades que se prolongarán por la eternidad. Más hay otras unidades que sí pertenecen a la Eternidad, que pasamos ahora a considerar.

IV. LA UNIDAD DEL CUERPO

Sin duda que los designios divinos de unidad que tienen que ver con la Asamblea o Iglesia de Dios, es cosa que pertenece a la eternidad. Hay en Dios consejos eternos que son desde antes de la creación; consejos que superan la creación y que están dispuestos para la eternidad, por más que puedan hallar su cumplimiento en el tiempo. Al hablar de la unidad en la Asamblea, lo podemos hacer desde varias perspectivas, pero ahora trataremos la unidad en relación a la verdad del Cuerpo, que sin duda es el asunto más solemne, exquisito, distinguido y característico de la Asamblea de Dios. “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1Co 12.13). “El Cuerpo es uno”, “son un solo Cuerpo” (1Co 12.12). “Porque Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades... para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, matando en ella las enemistades” (ver Ef 2.11-16). “Un Cuerpo” (Ef 4.4). “Somos un Cuerpo” (1Co 10.17).

Si bien el cristianismo se ha dividido en innumerables sectas, y los falsos profesantes han ocupado un sitio en su seno, la verdad de la unidad del Cuerpo permanece inalterable. La unidad del Cuerpo no es algo visible. El Cuerpo es la unidad que resulta del bautismo del Espíritu Santo, uniendo a los redimidos con la Cabeza glorificada en el cielo: Cristo mismo. Cristo es la Cabeza del Cuerpo (Col 1.18). En el Cuerpo no hay falsos profesantes ni cabe la ruina. Siempre que la Palabra se refiere al Cuerpo, nunca hallamos la ruina ni la falsa profesión. Es necesario diferenciar entre el testimonio de la unidad del Cuerpo, por un lado, y la unidad del Cuerpo en sí misma, por otro. El hombre ha fracasado en el testimonio de la unidad del Cuerpo, pero esta unidad permanece inalterable en la esfera de las cosas espirituales y eternas. Se trata de una unidad eterna producida por el Espíritu Santo sobre el fundamento de la redención, y en cumplimiento de los consejos eternos de Dios.

El Cuerpo solo está integrado por los redimidos de la Iglesia. Es el poder del Espíritu el que ha consumado esta unidad; unidad que se relaciona con un vínculo eterno e indisoluble en relación al Cristo resucitado y ascendido a los cielos. Se establecen así, estos vínculos indisolubles y eternos con el Cristo resucitado en los cielos. Cada miembro del Cuerpo está asociado a la Cabeza, a Cristo en los cielos. El poder y la operación del Espíritu produjo esto en relación a Cristo, sobre el fundamento de la redención cumplida. La verdad del Cuerpo y su unidad, es una de las verdades características y más relevantes de este tiempo en que se está dispensando el misterio de la Iglesia, pero es a la vez, una unidad que se prolongará por la eternidad. Nótese que la Iglesia permanecerá por la eternidad: Ef 3.21.

“Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, matando en ella las enemistades... Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles; si es que habéis oído de la administración de la gracia de Dios que me fue dada para con vosotros; que por revelación me fue declarado el misterio, como antes lo he escrito brevemente, leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo Cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio... Me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios...” (Ef 2.11-3.9). La verdad de la unidad del Cuerpo es un misterio escondido en Dios desde la eternidad, pero revelado al y por el apóstol Pablo. Así, podemos apreciar con toda claridad, que la unidad del Cuerpo es un consejo eterno de Dios. Un propósito eterno que se consuma en el tiempo con el bautismo del Espíritu Santo. Sin duda entonces, que esos consejos eternos de Dios ponderan la unidad del Cuerpo como la verdad más exquisita y el designio más alto. Se trata justamente del “misterio de Cristo” (o mejor “el misterio del Cristo”); es el misterio de los misterios; el misterio que compromete al mismo Hijo de Dios en unidad con los redimidos, estableciéndose así una nueva entidad en el terreno de la redención: “El Cristo”. El misterio del Cristo supone la revelación de la verdad que considera, en los designios divinos, a Cristo mismo en unidad eterna con los redimidos de la Iglesia. Este es el concepto “del Cristo”. No es solo la persona de Cristo, sino ella en asociación y unidad eterna con los redimidos de la Iglesia. Estamos ahora en el tiempo de la dispensación de este misterio; el tiempo en que el tal se ha cumplido y se ha dado a conocer.

La redención alcanzada en la cruz es el fundamento sobre el que se consuma esta unidad, y el Espíritu Santo la produce uniendo a cada redimido con Cristo en los cielos. Es decir, uniendo a cada redimido con la Cabeza glorificada en los cielos. Es importante notar cómo la cruz es el fundamento de esta exquisita unidad. Notemos las siguientes expresiones: “habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo”; “y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades”. En la cruz fue quitado de en medio, todo lo que podía impedir o perturbar esta unidad que involucra a judíos y gentiles.

Al abordar el asunto de la unidad, tenemos que pensar que la cruz, la muerte del Señor, su sangre, son el fundamento sobre el que se edifica la unidad y se sostienen todos los propósitos eternos de Dios. Si Dios había establecido desde la eternidad el Cuerpo, ello tenía que pasar necesariamente por la cruz, pues allí fue quitado todo lo que podía impedir tal unidad. En la cruz se sostiene necesariamente la unidad del pueblo de Dios. “Jesús había de morir... para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11.51-52). “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Jn 12.32).

V. LA UNIDAD EN LA NUEVA CREACIÓN

Hablemos ahora brevemente de la unidad en la Nueva Creación. Es esta una unidad que también permanecerá en la eternidad. Leamos 1Co 15.24-28: “Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que Él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies... Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa Aquel que sujetó a Él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a Él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos”. En el tiempo milenial, el Hijo sujetará toda autoridad a su autoridad. Todo quedará sujeto bajo sus pies. El principio que producirá unidad en la época del Reino mesiánico será el poder y autoridad de Cristo imperando sobre toda la creación. Como hemos visto, todo lo creado será reunido y reconciliado con Dios en Él (Ef 1.10). Y si bien su autoridad sometiendo a todas las cosas a sí mismo, será el principio que dará lugar a esta unidad en la época milenial, no será ésta una unidad eterna. La unidad en la eternidad, en cuanto a la creación, se consumará en la Nueva Creación. Es allí donde se cumplirá la expresión “para que Dios sea todo en todos” (1Co 15.28). Hablamos de una creación muy distinta a la que hoy tenemos. En la Nueva Creación, Dios, su justicia, su virtud, llenará todas las cosas. Por eso leemos que “nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2P 3.13). No será la justicia de Cristo imperando con autoridad sobre las cosas, sino la justicia de Dios llenando la naturaleza de ellas. Es decir, la justicia de Dios en todas las cosas. Lo característico entonces será que la justicia de Dios, su misma perfección, virtud y bien, traspasará y habitará cada elemento de los cielos y la tierra de este nuevo orden eterno. No habrá necesidad de someter cosa alguna bajo autoridad divina puesto que no habrá nada que la resista. La misma perfección de Dios habitará esa Nueva Creación que no hará más que expresar la misma perfección de Dios. Y si bien esta unidad eterna e inalterable está en relación a los cielos nuevos y la tierra nueva, habrá también la unidad que comprometa al hombre como criatura que pertenece a esa nueva creación. Eso es lo que hemos leído en Efesios: “para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre” (Ef 2.15). También en Gálatas tenemos que “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3.28).Ya no hablamos de judíos y gentiles sino de un nuevo hombre creado en Cristo. Aunque aun los nuevos cielos y la nueva tierra no estén creados, el redimido, en su posición en Cristo, ya es nueva creación. Los redimidos ya pertenecemos a este nuevo orden eterno, a esa nueva creación que vendrá. Por decirlo así, el escenario, los nuevos cielos y la nueva tierra, aun no está creado (deberán ser quitados los presentes cielos y tierra antes de que vengan los nuevos; Ap 20.11 con 21.1; 2P 3.7,10-13), pero los protagonistas de esa nueva creación ya han sido (y aun están siendo creados) en Cristo. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura (o mejor nueva creación) es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2Co 5.17).

La nueva creación, en relación a los redimidos, supone el hombre nuevo en Cristo, un hombre a su semejanza, un hombre que guarda perfecta unidad con los demás redimidos y con el Señor mismo, pues ya no hay accidentes que perturben esta unidad. Todo lo que importa sexo, raza, y toda otra condición temporal y accidental, nada tienen que ver con lo que es creado en Cristo. Hablamos de la unidad que viene como consecuencia de llevar la misma naturaleza del Cristo resucitado. Somos nuevamente creados conforme a su imagen, conforme a la perfección de su humanidad: “un solo y nuevo hombre”; “conforme a la imagen del que lo creó”.

“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3.28). El nuevo hombre es “conforme a la imagen del que lo creó... donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo y en todos” (Col 3.10-11). Esta es la unidad de los redimidos como nueva creación. Notemos que cuando se trata de esta unidad del nuevo hombre, leemos que “Cristo es el todo y en todos”; mas cuando se trata de la unidad en relación a todo lo creado como nuevos cielos y nueva tierra, entonces leemos “Dios es todo en todos” (1Co 15.28).

DIVERSOS ASPECTOS Y ÁMBITOS DE UNIDAD

VI. LA UNIDAD MARITAL

Como lo estamos considerando, la unidad es el gran principio que se manifiesta en todos los consejos y propósitos divinos, y en todas sus manifestaciones e instituciones. Arriba, hemos considerado la unidad en relación a cuatro esferas bien distintas, dos que pertenecen al tiempo y dos que pertenecen a la eternidad; ahora, intentaremos dar un rápido vistazo sobre varios aspectos y ámbitos que expresan e involucran de alguna manera el principio de unidad, en conformidad a los pensamientos divinos. Nos llamará la atención observar en cuántos ámbitos distintos, de naturaleza diversa, se observa el principio de la unidad.

En primer lugar consideremos la unidad en relación a la institución del matrimonio. En tal sentido, leemos: “Y serán una sola carne” (ver Gn 2.21-24). Incluso el Señor agrega a la declaración inicial de Génesis, elocuentes palabras que confirman tal unidad: “Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mt 19.56). Si bien el matrimonio es una unidad temporal y terrenal que no está ligada a la redención sino a la creación, Dios mismo la ha concebido e instituido como una íntima unidad de hombre y mujer, una unidad de personas; una unidad y comunión de cuerpos, afectos y voluntades. De todas las uniones temporales y terrenales posibles que podamos hallar aquí abajo, sin duda que ésta es la que expresa de una forma más perfecta e intensa, la comunión íntima de personas. Pero aun más. La unidad marital es un débil reflejo de la eterna unidad que caracteriza la unión de Cristo con su Esposa, la Iglesia. Unidad ésta, que sí pertenece al terreno de la redención. Pablo realiza un paralelo entre la relación marital temporal y la de Cristo con la Iglesia, diciendo: “porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia” (Ef 5.30-32). La unidad de Cristo con su Esposa, la Iglesia, en la eternidad, es el misterio aquí revelado. Si la unidad marital en cuanto a los hombres solo se observa aquí abajo, en esta creación, la unidad de Cristo con su Esposa es cosa que permanece y pertenece a toda la eternidad. En el actual tiempo de gracia, el Señor está purificando o santificando a la Iglesia en el lavamiento del agua por la Palabra, en vista del día que se la presentará a sí mismo sin mancha ni arruga (Ef 5.25-27). Este proceso de santificación es lo que se observa ahora, pero en vista de la unión eterna con ella. En el cielo, tendrán lugar las bodas del Cordero, la eterna unión del Señor con su Esposa, la Iglesia (Ap 19.79). Notemos que las Escrituras hablan de las Bodas del Cordero y de la cena de las Bodas del Cordero, como un asunto de gran gozo en los cielos. Se dice que se observa esta boda y esta cena, pero no hay referencia alguna de que esto tenga un fin. Entendemos que se trata de una boda y una cena sempiterna que expresa la eterna unión, comunión y beatitud del Señor con su amada Esposa. Ésta será una unidad indisoluble y eterna de carácter celestial, fundada, lógicamente, en la redención.

VII. LA UNIDAD DEL ESPÍRITU Y DIVERSAS ESFERAS DE UNIDAD EN

EL CRISTIANISMO Y FUERA DE ÉL

Como lo estamos considerando, podemos advertir que los principios divinos en cuanto a la unidad, llenan varias esferas y relaciones. Pasemos ahora a Ef 4.36, para observar varios aspectos interesantes y diversos sobre ella. “Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”. Tenemos aquí varias esferas de unidad. En primer lugar encontramos la unidad del Espíritu. Y en tal sentido, debemos distinguir entre lo que es la unidad del Espíritu en sí, y lo que es guardar la unidad del Espíritu. Lo primero es algo que guarda el mismo Espíritu de Dios, algo que es guardado según los designios y pensamientos divinos; lo segundo, constituye una exhortación dirigida al creyente, a fin de que sea solícito en guardar esa misma unidad conforme el Espíritu la guarda. Cosa que involucra en el creyente, un ejercicio moral y un andar conforme a los principios divinos que el Espíritu mismo despliega en el sostenimiento de esta unidad. Digamos entonces, que la unidad del Espíritu es algo que está bajo la operación del Espíritu, en tanto que cuando nosotros somos llamados a guardarla, el asunto aparece bajo nuestra responsabilidad. No se trata de que yo pueda generar esa unidad, pero soy llamado a conducirme según la inspiración divina de esa unidad. En el cristianismo, el Espíritu Santo está manteniendo esta unidad, que Él mismo guarda sosteniendo la verdad de Cristo y su Iglesia, y manteniendo la irrenunciable santidad y verdad de Dios. Estrictamente hablando, no es la unidad del Cuerpo pero sí la unidad que involucra el sentir de la verdad del Cuerpo, y que nos conduce a marchar conforme tal verdad y toda otra verdad divina. Esta unidad supone la que es sostenida en la verdad y la doctrina apostólica, y allí nada tiene que ver el espíritu sectario ni partidista, ni la asociación a la iniquidad o a la mundanidad; pero a la vez, es el sostenimiento de la verdad sin un espíritu carnal de enemistad o contienda, sino en paz entre los redimidos. Importa la reivindicación de la verdad revelada; es decir, vincula a los creyentes en armonía pero en la verdad. Importa un esfuerzo para quitar del escenario de nuestras relaciones, los principios del viejo hombre a fin de que haya armonía entre los creyentes. Es la operación del viejo hombre adámico, lo que justamente genera enemistad entre los santos. Notemos que nunca leemos que debamos guardar la unidad del Cuerpo, pues ella es inalterable a pesar de nuestro andar; pero sí se dice que debemos ser solícitos en guardar la unidad del Espíritu, pues se trata de una unidad práctica. El Espíritu asocia, mantiene y sostiene el testimonio en la verdad, y yo debo caminar conforme a ese mismo sentir que el Espíritu produce en mi corazón. Esto supone el ejercicio del permanente juicio sobre nosotros mismos, para que la carne no se manifieste y perturbe la comunión entre los santos. El vínculo es en paz, no en enemistad, pero eso no quiere decir sacrificar la verdad. El Espíritu no sacrifica la verdad ni los derechos de Dios, ni asocia a la iniquidad. Pero un espíritu de contienda, de discusión, de oposición, de contradicción, y de orgullo, es lo que me hace salir de esta unidad. Yo debo ser sensible a la guía del Espíritu, de modo que pueda guardar la unidad que Él mismo produce y guarda. Mas el Espíritu nunca guarda unidad con la iniquidad, por eso se trata de una unidad que se guarda en separación del mal. La unidad que admite la asociación al mal no es la unidad del Espíritu.

En el pasaje que hemos citado, además de la unidad del Espíritu, tenemos la unidad que corresponde a la vida divina (el Cuerpo), la unidad que corresponde a la profesión exterior (la cristiandad), y la unidad que involucra a Dios mismo en relación con todos los hombres. Cuando hablamos de “un Cuerpo”, solo se trata del conjunto de los genuinos cristianos, es decir de los que poseen positivamente la vida divina. Solo ellos conforman esta unidad. La unidad del Cuerpo es la unidad de todos los redimidos de la Iglesia, y no se reconoce fuera de él, a ninguna otra asociación humana como algo legítimo. Una denominación, una secta, un sistema religioso cualquiera, es algo totalmente extraño al idioma de las Escrituras. En esta esfera de vida, encontramos un Cuerpo y también un Espíritu. A todos los creyentes se les ha dado a beber del mismo Espíritu (1Co 12.13). Es el mismo Espíritu de Dios el que bautizó a todos los creyentes en un Cuerpo, y es el mismo Espíritu de Dios el que habita en todos los creyentes. El cristianismo no reconoce otra operación genuina que no sea la del Espíritu de Dios. Todo otro espíritu, nada tiene que ver con la vida divina de los redimidos. Insistamos, que esta unidad incluye solo a los creyentes, a la vez que excluye a todos los que no poseen la vida. Esta unidad no abarca a todos los hombres, pues excluye necesariamente a los que no pertenecen a ella. Esta es la unidad exclusiva de los redimidos de la Iglesia.

En un segundo aspecto, la profesión cristiana también es vista como una unidad. Es lo que tenemos en la expresión: “un Señor, una fe, un bautismo”. Por más que el cristianismo, en su forma ruinosa se haya dividido en mil sectas y sistemas, la profesión cristiana sigue siendo una. No hay otro Señor que Jesucristo, pues es el mismo Señor profesado por el anglicano, el bautista, el pentecostal, etc. En este ámbito de profesión, no hay otra fe que la fe cristiana, y no hay otro bautismo que el bautismo cristiano. Por más que el hombre guarde sus propias opiniones, estas cosas profesadas agrupan a todos los que se denominan cristianos en un mismo ámbito. Fuera de este ámbito, no hay cristianismo. Esta esfera de unidad también es excluyente, pues los que profesan religiones que no son cristianismo y los ateos, quedan fuera de ella.

“Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”. Por último, la misma humanidad está comprendida en una esfera de unidad mucho más amplia, donde cada hombre está en relación con el único Dios que le ha creado, y con el Padre, para el caso de los genuinos creyentes. En este ámbito, no importa si una persona se declara atea, cristiana, mahometana, budista, o de otra religión; todos los hombres son responsables ante Dios y están bajo su autoridad; todos los hombres, como criaturas, son objeto de sus cuidados y su gobierno retributivo. Esta última forma de unidad no es excluyente sino que por el contrario, es incluyente, pues necesariamente involucra a todos los hombres.

Notemos entonces que en este pasaje de Efesios, a pesar de las diferencias en cuanto a su extensión, tenemos varias esferas de unidad superpuestas unas sobre otras, de manera que son concéntricas y coexisten conjuntamente; unas pueden incluir a otras, pero a la vez cada una posee un terreno que le es exclusivo y no compartido. Además, como hemos visto, cada uno de estos ámbitos de unidad tiene su propia esfera característica.

VIII. DIVERSAS FORMAS DE UNIDAD DE COMUNIÓN Y TESTIMONIO

Acudamos ahora a algunos pasajes del capítulo diecisiete del evangelio de Juan, en donde encontramos varias formas de unidad muy interesantes. Se trata de unidades de comunión, de propósito y de testimonio, que adquieren su propia particularidad en cada caso. “Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre... Pero ahora voy a ti... Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo... Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo les he enviado al mundo” (leer Jn 17.11-19). En este pasaje, la perspectiva considera al Señor como ausente de este mundo, y entonces Él mismo encomienda a los suyos a los cuidados del Padre, a fin de que sean guardados en unidad. En tanto que el Señor estuvo presente aquí abajo, Él guardó a los suyos en esta unidad, una unidad en comunión con Él que era en la verdad y en separación de con el mundo. El Señor ahora deja a los discípulos pero pide al Padre que esta unidad en la que Él les guardaba, prosiga ahora bajo los cuidados del Padre. Es unidad de comunión en la verdad y en separación de con el mundo, y que es la base para testificar en el mundo (v. 18). El Señor deja el escenario terrenal, y entonces pide al Padre que los suyos sean guardados en unidad. Pero a la vez, ésta es esa unidad que encuentra su modelo en la unidad que hay entre el Padre y el Hijo, pues notemos que el Señor dice: “para que sean uno, así como nosotros”. Se trata de unidad de propósito, de pensamiento, de corazón, de voluntad, de obra; unidad de comunión desde que hay una naturaleza divina compartida. Así como en el Padre y en el Hijo hay la perfecta correspondencia en designios, pensamientos y operaciones, cosa bien manifiesta cuando el Señor anduvo aquí abajo; ahora, Él ora para que durante su ausencia, tal unidad persista en los suyos. Aquí se trata especialmente de los apóstoles, en tanto que en el pasaje que sigue, se incluye a todos los cristianos.

“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17.20-21). Aquí tenemos otra vez la unidad de comunión y testimonio, pero ahora no en relación a los apóstoles sino respecto de los que habían de creer por el testimonio de ellos. La unidad del Padre y el Hijo fue tal, que el Hijo podía decir de sí mismo, que el que le había visto había visto al Padre (Jn 14.9). El Hijo es en el Padre y el Padre en el Hijo, de tal modo que toda obra y manifestación de obras en el Hijo, eran la expresión misma de lo que hacía el Padre (Jn 14.10). En los días de su carne, el Señor puso esto de manifiesto; y esto, justamente, era la expresión de unidad del Padre y del Hijo, que el mundo podía ver por las obras del Hijo. Obras que no eran sino las del Padre. El Señor ahora demanda entonces, que los suyos participen de esta unidad a fin de que el mundo pueda verla. Esta forma de unidad expresa comunión divina, una comunión que se hace visible y se testifica por el andar y las obras. La unidad de comunión es algo que el mundo debería ver en la marcha práctica de los creyentes, de modo que inspire fe en el Señor. Por eso el propósito de esta unidad se expresa: “para que el mundo crea que tú me enviaste”.

“La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Jn 17.22-23). Aquí también hallamos comunión y testimonio ante el mundo, pero además, lo distintivo es gloria dada para que sea manifestada en unidad. Esta parece ser sobre todo una unidad que se consumará en el futuro, que involucra expresión de gloria o manifestación de gloria ante el mundo. Por eso pensamos que tiene que ver con el tiempo de la venida del Señor en poder y gloria. Aquí también toda referencia y todo modelo de unidad se halla en relación a la unidad que caracteriza al Padre y al Hijo, pero notemos que tal unidad adquiere matices particulares en cada ocasión que el Señor la menciona. Especialmente en el evangelio de Juan, el Señor, desde su encarnación, aparece en perfecta dependencia al Padre y recibiéndolo todo de Él. Ahora, Él recibe gloria y da gloria a los suyos en vista de alcanzar perfección en la unidad, y en la manifestación y testimonio de la misma ante el mundo. En fin, aquí tenemos la unidad que surge como consecuencia de la gloria divina conferida. Esta gloria que asocia al Padre y al Hijo, también nos es dada a nosotros para que seamos perfectos en unidad. La redención no solo nos asocia a la Deidad en unidad sino que también nos confiere gloria que será manifestada en este mundo.

IX. LA UNIDAD DE LA FE

Pasemos ahora al concepto de la unidad de la fe. “Y Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo...”, (ver Ef 4.11-16). Esta forma de unidad es de una naturaleza totalmente distinta a las que hemos considerado más arriba. Es la unidad que produce el crecimiento espiritual y perfeccionamiento que adquieren los santos por medio de los dones. Es la unidad que importa en los santos, la formación y apropiación moral de la verdad, de modo que hay un desarrollo que conduce a un mismo pensar y sentir, y ello en cuanto que hay una misma verdad que les anima, les mueve, y les da contenido moral. Esta unidad no es algo consumado sino algo que está en desarrollo; es algo hacia lo cual siempre los santos marchan. Mediante los dones, el Señor capacita a sus ministros y perfecciona a los santos, de modo que caminamos hacia esa unidad. Cada santo es dirigido hacia allí, y va realizando esta unidad en la medida que crece en la gracia y el conocimiento de Cristo (2P 3.18).

X. UNIDAD DE PENSAMIENTO Y DE SENTIR

En otro orden de cosas y bajo otra perspectiva, tenemos la unidad de pensamiento y de sentir a la que, son exhortados los creyentes. “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” (1Co 1.10). “Completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa” (Fil 2.2). “Que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio” (Fil 1.27). “Ruego a Evodia y a Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor” (Fil 4.2). Encontramos ahora la unidad de sentir y de pensamiento, que los creyentes son exhortados a guardar. Esta unidad es de carácter práctico, y surge cuando el “yo” no reclama derechos ni anhela una posición sobre otros, ni demanda reconocimientos especiales; ni la carne se manifiesta generando enemistad o cualquier otra operación que afecte las relaciones fraternas. Es esa naturaleza de en varios pasajes de las Escrituras, unidad de la que cada creyente es responsable, y que puede guardar cuando hay ejercicio en la humillación, hay el ejercicio del juicio propio, y hay el vaciamiento de sí mismo. Esta unidad hace a las relaciones con los otros creyentes y requiere, como hemos dicho, del ejercicio de la humillación, de la renuncia a todo reclamo de los propios derechos e intereses, y dejar de lado todo espíritu de contención. Importa especialmente un ejercicio en donde la enemistad de la carne debe ser continuamente juzgada y quitada de en medio.

XI. CONCLUSIONES

Al llegar aquí, podemos advertir cuán variadas son las esferas y naturalezas de unidad en las Escrituras. Unas pertenecen a los irrenunciables y eternos consejos de Dios, mientras que otras son temporales; unas están consumadas, otras se están realizando, y otras se realizarán en lo futuro; unas debemos conocer y otras debemos realizar; unas son eminentemente prácticas, en tanto que otras las entendemos por revelación doctrinal; unas dependen de la redención, y otras no. El tema de la unidad es en verdad de gran importancia, pues responde a los designios de Dios en varias esferas en donde el creyente se ve necesariamente involucrado, y es llamado a discernir y apropiar por la fe, como también es llamado a marchar y realizar en la vida práctica. Hay en verdad aspectos de la unidad que es necesario profundizar, pero que solo han sido esbozados en este artículo. Aquí solo hemos hecho una consideración general para dar un vistazo sobre la materia, a fin de que podamos tener una idea general de la amplitud e importancia del tema.