EN MEDIO DE LA CONGREGACIÓN
Salmo 22:22; Hebreos 2:12
“Porque donde están dos o tres congregados a mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”
Mateo 18:20
El más intenso y decidido contraste se observa entre los principios que otrora fueron establecidos y caracterizaron la forma de congregación en Israel, frente a los que hoy corresponden a la Iglesia o Asamblea de Dios. En tanto que el pueblo de Israel se congregaba en relación a un santuario terrenal, sea el tabernáculo en el desierto o el templo en la tierra de la herencia, y ello según rígidas ordenanzas que reglaban minuciosamente el culto, con sus distintos sacrificios y ofrendas, y todo bajo la administración de una especial clase sacerdotal; en los principios escriturales que caracterizan la congregación de los santos del tiempo de la Iglesia, no encontramos nada de eso. Ni santuario terrenal, ni ritual, ni sistema sacerdotal como privilegio de una determinada familia, tenemos en la actual dispensación. Cuando el Señor dijo: “Porque donde están dos o tres congregados a mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20); sin duda que estaba dejando de lado todo el sistema de cosas que hasta entonces imperaba en un Israel bajo el ritualismo de la ley, para introducir un nuevo principio de congregación que Él mismo inauguraría con su muerte y su resurrección. Notemos que el Israel del antiguo tiempo jamás se congregó al nombre de Jesucristo; jamás se congregó según los principios de Mateo 18:20. Por el contrario, ellos desarrollaron su culto en un templo terrenal ubicado en un determinado sitio de Jerusalén. Lugar en donde exclusivamente presentaban sus sacrificios y ofrendas, y al que subían a celebrar sus fiestas y solemnidades.
El hecho de que el sacrificio del Señor se haya observado fuera de la ciudad de Jerusalén (Hebreos 13:12), fuera del templo, sin relación alguna con el ritualismo judío, y prescindiendo de toda administración del sacerdocio aarónico, deja ver con toda claridad que tales cosas estaban siendo dejadas de lado, para dar lugar a otras nuevas. El hecho concreto de la resurrección del Señor Jesucristo, desde la cual Él toma una nueva posición en relación a los suyos, da inicio a toda una era que inaugura un nuevo principio de congregación. Esto es lo que notamos de una manera especial en el Salmo 22:22 (Hebreos 2:12): “Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré”. Aquí vemos con toda claridad, cómo el Señor, habiéndose levantado de la tumba, viene a tomar un lugar especial en medio de los santos para presentar las alabazas a Dios. Advirtamos que desde el versículo 1 al 21 del Salmo 22, tenemos la cruz o el sacrificio del Señor, y desde el versículo 22 en adelante, apreciamos al Señor resucitado tomando una posición muy singular en relación con los suyos: “en medio de la congregación”. Y en tal posición, viene a ser la boca por la cual toda la congregación alaba a Dios. Indudablemente entre los vers. 21 y 22 de este Salmo, tenemos el magno acontecimiento de la resurrección. De modo que podemos decir que la obra de la redención consumada en la cruz y la resurrección del Señor, constituyen los sólidos fundamentos de un nuevo principio de congregación; de un nuevo principio de congregación que reúne a los santos en torno a Cristo. Dicho de otra forma, la presencia del Cristo resucitado en medio de los suyos, inaugura esta nueva forma de congregación que necesariamente deja atrás todo el ritualismo de la ley y el templo judío. En el pasado, Israel jamás se congregó alrededor del Cristo resucitado. Tal cosa nunca tuvo precedentes en la antigüedad.
De una manera especial, el evangelio de Juan da crédito que, tras la resurrección, Cristo viene a constituir el centro divino de los suyos. Fue en la noche de aquel mismo primer día de la semana en que el Señor resucitó, que, estando los discípulos reunidos a puertas cerradas por miedo a los judíos, “vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros” (Juan 20:19). Una escena similar se repitió ocho días después, es decir, el siguiente primer día de la semana: “Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros” (Juan 20:26). Debe notarse que el Señor resucitado no vino a ser un centro divino para todos los judíos de la época, sino exclusivamente para sus discípulos. Él no apareció como un centro divino en el templo, ni como un centro divino en relación al ritualismo de la ley o al sacerdocio aarónico. Esta posición tan especial “en medio” de los suyos, inauguraba entonces algo nuevo: un nuevo principio de congregación para los creyentes que poseen por gracia una relación con el Cristo resucitado. Principio que en la actual dispensación viene a ser en esencia, la Asamblea misma: “Porque donde están dos o tres congregados a mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).
Es necesario aclarar que existe una diferencia substancial entre lo que tenemos en Juan 20:19,26 y Mateo 18:20. Tanto en Juan como en Mateo encontramos al Señor en medio, pero en Juan se trata de la presencia corporal del Cristo resucitado, en tanto que en Mateo tenemos su presencia espiritual. En Juan vemos al Cristo resucitado en medio de los discípulos, pero no en medio de la Asamblea o Iglesia; en tanto que Mateo 18:20 anticipa lo que sería la Asamblea, y anunciaba el principio característico bajo el cual los santos serían reunidos todo el tiempo que ésta permaneciese en la tierra. La presencia divina de Cristo como centro divino de la Asamblea, no es una presencia corporal sino espiritual. Durante todo el tiempo que la Asamblea peregrina en este mundo, corporalmente el Señor permanece a la diestra del Padre (Marcos 16:19); posición desde la cual envió al Espíritu Santo que bautizó a los creyentes en un Cuerpo. La Asamblea tuvo comienzo aquí abajo con el bautismo del Espíritu Santo (1Corintios 12:13), de modo que la existencia misma de la Asamblea tiene que ver con el Cristo resucitado, ascendido a los cielos y sentado a la diestra del Padre; tiene que ver con el Cristo ausente corporalmente, aunque sí presente espiritualmente. Su presencia espiritual en medio de los santos se prolongará toda esta dispensación. Es decir, se prolongará hasta que Él regrese por los suyos en ocasión del rapto (1Tesalonicenses 4:16). La actual dispensación se caracteriza entonces por la presencia de la Asamblea aquí abajo, cuyo principio distintivo es la de estar congregada en torno a la presencia espiritual del Señor, en tanto que Él corporalmente está ausente. Él permanece a la diestra de Dios; y en tal posición, es invisible a este mundo. Esto es lo propio del tiempo de la fe, pues no andamos por vista (2Corintios 5:7). Lo propio de la Asamblea en el actual tiempo, es la de ser congregada en torno a la presencia espiritual del Señor; aunque no le veamos. Este es el más maravilloso ejercicio de la fe del creyente de nuestros días.
Mucho se ha dicho sobre Mateo 18:20, y tristemente mucho de ello tiene que ver con el error. La mayoría de los sistemas denominacionales profesan este principio como propio, aun cuando evidentemente sus miembros se reúnan en viva oposición a él. A menudo se piensa que el solo hecho de existir en el ánimo de dos o tres cristianos reunirse para la oración, el ministerio o la adoración, tal cosa garantiza la presencia espiritual de Cristo como centro divino. Por cierto, que Él como Dios está en todas partes, mas su presencia como centro divino de la Asamblea no es cuestión del acuerdo de los hombres, sino un asunto de su soberana gracia atrayendo a Él mismo como tal centro. No es un acuerdo entre hombres lo que hace que Él esté en medio, sino que la cuestión es diametralmente opuesta. Es el Espíritu Santo quien congrega a Cristo allí donde Él mismo se halla presente como centro divino de los santos. No soy yo en acuerdo con otros lo que obliga o atrae la presencia espiritual de Cristo como centro divino, sino que es esa presencia la que me atrae y atrae a los creyentes que, en virtud de su gracia, son congregados a su divino nombre.
Para comprender de una manera correcta el alcance y significación de Mateo 18:20, es importante distinguir las distintas condiciones y posiciones que Cristo asume en relación a los suyos. Las Escrituras nos hablan de Cristo a la diestra de Dios, de Cristo en nosotros, de nosotros en Cristo, y de Cristo en medio de los santos. Cada una de estas expresiones tiene su significación especial y su sitio particular en las verdades doctrinales que son reveladas en las Escrituras. En primer lugar, digamos que, si tenemos presente que el Señor es Dios, y como tal omnipresente, no encontraremos ninguna contradicción en que todas estas condiciones y posiciones con que Él se relaciona con su pueblo, se cumplan al mismo tiempo.
El concepto de Cristo a la diestra de Dios supone muchas cosas que ahora sería largo de detallar, pero diremos que especialmente se relaciona con la actual presencia corporal del Señor resucitado en los cielos. Hace a la posición de exaltación que toma después de su crucifixión, resurrección y ascensión a los cielos con su cuerpo glorificado. Esta es la posición de exaltación que le caracteriza como nueva cabeza de raza en relación a los redimidos; y esto en vivo contraste con Adán, el hombre terrenal. La verdad de Cristo a la diestra de Dios es característica de la actual dispensación, en el sentido que Él está en los cielos como Cabeza glorificada, y el Espíritu mora aquí abajo habitando a Iglesia, la cual es el Cuerpo de Cristo. Asimismo, el Señor sentado a la diestra de Dios en los cielos, se conecta directamente con el llamamiento propio del creyente de este tiempo: su vocación celestial. “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Colosenses 3:1). Hay muchas otras bendiciones y prerrogativas que corresponden al creyente por el hecho de estar asociado al Cristo que está sentado a la diestra de Dios, pero son motivo de un análisis especial que no hace al tema al que ahora estamos abocados. Baste decir que todas las bendiciones propias del cristiano, están en relación a esta posición bendita del Señor en los cielos.
Por su parte, la verdad de Cristo en nosotros, evidentemente no supone la presencia corporal del Señor. Cristo está en nosotros por el hecho de que su vida misma y su Espíritu están en el redimido. No poseemos la vida eterna o la vida de Cristo en separación a su persona. Tenemos su vida y su Espíritu en nosotros, y es en razón de ello que Cristo mora en nosotros. “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, más el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:9-11). “El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1Juan 5:12).
Pasemos ahora a considerar brevemente la cuestión de nosotros en Cristo. Esta verdad supone nuestra posición celestial. Como redimidos estamos asociados a Cristo y a su resurrección, y especialmente participamos del mismo lugar de plena aceptación que Él toma en los cielos delante del Padre. No se trata de una posición futura sino de la actual y propia del redimido. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3). “Y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con (“en” en las mejores traducciones) Cristo Jesús” (Efesios 2:6). El asunto hace al lugar que posee el redimido ante los ojos de Dios como estando en Cristo, como participando y estando asociado a su misma posición celestial. En Cristo ya tenemos todo lo que es suyo. Su lugar ante Dios es el nuestro. Esto supone un concepto abstracto pues se trata de la posición celestial ante Dios; una posición de eterna aceptación, de privilegios y bendiciones eternas e inalterables.
Por último, llegamos a la cuestión de Cristo en medio de los santos. Como lo hemos dicho más arriba, esta posición del Señor en medio de los suyos surge como consecuencia de su resurrección (Salmo 22:22; Hebreos 2:12). Es una posición especial que Él toma en relación a los redimidos sobre el fundamento de que la cuestión del pecado ha sido resuelta, y que ha salido triunfante de la tumba para venir a cantar y adorar en medio de su pueblo. Debemos aclarar que esta posición corresponde a dos momentos distintos. En primer lugar, es la posición que Él tomó en relación a los discípulos antes de ascender a los cielos, antes de que la Asamblea apareciese en la tierra. Es lo que nos relata el evangelio de Juan en 20:19 y 20:26. Aclaremos también, que esta forma particular de la presencia corporal del Cristo resucitado en medio de los discípulos, no corresponde a la Iglesia sino a algo propio y circunstancial de aquel remanente judío con que había establecido tratos aquí abajo (los discípulos). Esto es evidente ya que entonces la Iglesia no había aparecido en la tierra, pues aún Cristo no había ascendido a los cielos, y el Espíritu Santo no había descendido para inaugurarla bautizando a los creyentes en un Cuerpo.
En segundo lugar, dejemos todo lo que corresponde y caracteriza a los tiempos anteriores a Pentecostés, para abordar la cuestión de Cristo en medio de los santos en este tiempo de la Iglesia. En tal sentido, insistimos que el tema se relaciona con la presencia espiritual del Señor en medio de los que son congregados a su nombre. “Porque donde están dos o tres congregados en (mejor “a”) mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). Siete aspectos divinos encontramos aquí: 1) “donde”, el lugar o sitio divino; 2) “están”, la potencia divina; 3) “dos o tres”, el testimonio divino; 4) “congregados”, la unidad divina; 5) “en mi nombre”, la autoridad divina; 6) “allí estoy”, la presencia divina; 7) “en medio de ellos”, el centro divino. Consideremos ahora brevemente estos siete aspectos:
I.- “DONDE”. LUGAR DIVINO.
Este “donde” expresa el sitio divino en el que el Espíritu Santo congrega a Cristo. En la actual dispensación este sitio divino nada tiene que ver con el tabernáculo ni con el templo de los israelitas. Tampoco se trata de una determinada sede religiosa, ni de algún sitio terrenal que el hombre pudiese aparejar o establecer. El asunto no está en la esfera de la voluntad del hombre, sino que depende de la soberana gracia divina. No es el lugar que establece el hombre sino el que el Señor dispone en su gracia para congregar a los santos en torno a Él. Es lógico que una Asamblea local se reúna en un determinado sitio físico, pero es importante saber que no es determinado lugar físico lo que asegura la presencia de Cristo en medio, sino que es esta misma presencia espiritual la que atrae a los creyentes al lugar donde su autoridad y señorío imperan.
Al preguntarnos entonces ¿dónde está este sitio divino?, de algo podemos estar absolutamente seguros: la presencia de Cristo está fuera del campamento. “Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio” (Hebreos 13:12-13). Así como el judío converso era llamado a salir de su sistema religioso para venir a Cristo, el cristiano de hoy, que anhela encontrar la divina presencia de Cristo como centro divino de los santos, debe salir fuera de los sistemas religiosos humanamente establecidos. Esencialmente llegamos al sitio divino por pura gracia, pero es necesario un estado de corazón que se someta a la autoridad de la divina Palabra. Es necesario un estado de corazón que deje de lado nuestra propia voluntad o elección; un estado de corazón dispuesto abandonar todo principio denominacional y sistema sectario humanamente establecido, para identificarnos con un Cristo despreciado. Un Cristo despreciado que nada tiene que ver con la gloria del hombre adámico en su forma religiosa. Gloria, que justamente sostienen y alimentan los sistemas eclesiásticos del “campamento”.
Cuando Pedro y Juan iban a preparar la pascua, preguntaron al Señor: “¿Dónde quieres que la preparemos? Él les dijo: He aquí, al entrar en la ciudad os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle hasta la casa donde entrare, y decid al padre de familia de esa casa: El Maestro te dice: ¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos? Entonces él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto; preparad allí” (Lucas 22:9-12). Es interesante observar que Pedro y Juan preguntaron al Señor: “¿Dónde quieres?”. Notemos que no se trató de una elección librada al parecer humano o individual, sino del sitio que era conforme a la voluntad del mismo Cristo. El hombre del cántaro de agua puede otorgarnos una bella figura del Espíritu Santo, aplicando la Palabra en la conciencia y el corazón, de modo que el creyente que se somete a ella, halle luz y sea guiado para discernir el sitio donde Cristo está presente en medio de los suyos. Si Pedro y Juan hubiesen dado lugar a su propia elección, si hubiesen escogido otro sitio, si hubiesen perdido de vista al hombre del cántaro de agua, o si se hubiesen basado en sus propios criterios, jamás habrían llegado al lugar donde Cristo celebró la última pascua e instituyó la primera cena. La conducta de Pedro y Juan nos habla claramente de dependencia y obediencia a las palabras del Señor. Este es el estado moral necesario para discernir el lugar divino de congregación.
II.- “ESTÁN”. PODER DIVINO
Los santos reunidos al solo nombre del Señor Jesús, están ahí y no en otro lugar porque han sido congregados por la potencia del Espíritu Santo, y no por su propia energía o la energía de otro. Hay una diferencia enorme entre “congregarse” y “estar (o ser) congregado”. “Congregarse”, expresa la elección individual, la voluntad personal, o el acuerdo humano para reunirse bajo determinadas condiciones. Supone también la energía del hombre religioso en Adán para concretar tal cosa. Mas “estar congregado”, expresa la presencia de una potencia divina capaz de congregar: el poder del Espíritu Santo llevando a Cristo. Los santos congregados al nombre del Señor no lo están porque sea una cuestión de su parecer, de su elección personal, de su propia voluntad, o de común acuerdo con otros, sino porque el Espíritu Santo les ha congregado a Cristo. Es cierto que el Espíritu Santo opera en todo el cristianismo profesante, más cuando se trata del asunto de congregar, Él solo lo hace a Cristo como centro divino. En su soberanía, el Espíritu aplica la Palabra y edifica almas en el seno de todo el cristianismo profesante, más jamás congrega a los sistemas denominacionales. Él solo lo hace a Cristo. Cuando es la energía del hombre la que congrega, entonces no es la del Espíritu Santo. El Espíritu Santo no puede negarse a sí mismo; Él solo conduce y lleva las almas a Cristo, ya para salvarlas, ya para congregarlas.
III.- “DOS O TRES”. TESTIMONIO DIVINO
Desde la antigüedad todo asunto era acreditado por el testimonio coincidente de dos o tres personas (Deuteronomio 17:6; 19:15). Esta era la ley del testimonio en Israel; pero también encontramos este principio en el cristianismo: 1Timoteo 5:19; Mateo 18:16; 2Corintios 13:1. No existe una Asamblea local de un solo miembro. La Asamblea es un testimonio que supera la individualidad, es un testimonio colectivo que acredita la verdad divina ante el mundo. Este testimonio en su mínima expresión, es el testimonio de al menos dos o tres. Algunas preguntas caben aquí. ¿Por qué en Mateo 18:20 el Señor establece un número tan reducido como testimonio legítimo de la Asamblea? ¿Por qué admite como la Asamblea a una expresión tan pequeña, siendo que Él conocía que el cristianismo tendría un gran desarrollo? Sin duda que el Señor conocía que el cristianismo crecería en grandes proporciones, pero a la vez también conocía que marcharía hacia la ruina y apostasía, y se dividiría en numerosísimas denominaciones y sistemas. Él, entonces, previó que en una localidad en la que pudiese haber muchos cristianos reunidos en distintos sistemas y bajo principios falsos, solo dos o tres estuviesen congregados a su nombre; solo dos o tres estuviesen congregados en el terreno de la verdad. Es maravilloso y reconfortante pensar que solo dos o tres pueden expresar su testimonio en una localidad, aun cuando hubiere en ella muchos otros cristianos congregados en distintos grupos denominacionales o independientes. La enseñanza es solemne. Nos muestra que Cristo no se agrada de grandes multitudes reunidas bajo principios falsos, sino en aquellos creyentes congregados a su solo y suficiente nombre. Y esto, aun cuando los tales sean muy pocos; aun cuando solo sean dos o tres. Nótese que para Él lo que importa no es la cantidad de personas reunidas, sino el principio que las congrega.
IV.- “CONGREGADOS”. UNIDAD DIVINA
El Espíritu Santo solo congrega a Cristo, y tal cosa expresa unidad. Y no solo que la expresa, sino que compromete un sentir de unidad en los santos que son reunidos de acuerdo a la verdad de que Cristo es el centro divino de ellos. No hablamos de la Unidad del Cuerpo, pues ella permanece inalterable a pesar de las divisiones del cristianismo. Nos referimos a la unidad práctica que produce el Espíritu Santo entre los creyentes que están congregado en separación con las sectas; nos referimos al sentir de unidad que halla su inspiración en la verdad de la unidad del Cuerpo. En los sistemas denominaciones no podemos decir que los santos estén “congregados”, sino simplemente reunidos bajo n propósito necesariamente sectario y humano. Y e consecuencia, divisionista. En las denominaciones no se puede expresar unidad pues la misma asociación al sistema, cualquiera que este sea, necesariamente excluye a los otros cristianos que no pertenecen a tal sistema. El espíritu de secta excluye; divide a los creyentes. Si yo me reúno en cierta denominación, entonces a la vez digo que no pertenezco a los demás grupos que no son los de mi asociación. En otras palabras, así como todo sistema incluye a los que se asocian a él, necesariamente excluye a los que no pertenecen a él. En principio, todo sistema denominacional testifica en sí y por sí mismo que no se guarda unidad con otros cristianos. Su misma existencia habla de ese espíritu de división que le caracteriza. En definitiva, las denominaciones y sistemas no hacen otra cosa que sostener y desarrollar el sectarismo. En vivo contraste con esto, los que por gracia son congregados al nombre de Cristo, si bien reconocen toda la ruina existente, expresan unidad, pues no siendo reunidos a un sistema denominacional, a un pastor, a un líder, a una doctrina, a una práctica, o a un método, solo se identifican con Cristo como centro divino. Y esto justamente excluye todo sentir de secta. El Espíritu Santo congrega a Cristo, y este principio de congregación expresa unidad práctica con todos los creyentes, pues al no operar un principio sectario, necesariamente no se excluye a otros creyentes. Mas bien éstos últimos se excluyen a sí mismos cuando voluntariamente se identifican o asocian a un sistema eclesiástico en particular.
V.- “EN MI NOMBRE”. AUTORIDAD DIVINA
Las Escrituras no reconocen para los santos de este tiempo, otro principio de congregación que no sea hacia el nombre del Señor Jesús. Esto significa que solo existe una autoridad divina y legítima hacia la que el Espíritu Santo congrega: la persona de Cristo; y significa a la vez, que no existe ningún reconocimiento ni sanción divina que legitime congregarse a un nombre denominacional cualquiera, o al nombre de un reverendo o pastor, o al nombre de una determinada doctrina bíblica. No importa cuán santo pudiere ser un líder, ni cuán veraz pudiere ser una doctrina, ni cuán piadosos un grupo de creyentes, pues ninguna de estas cosas jamás es reconocida por la Palabra de Dios como un principio con autoridad para congregar. Ser congregado al nombre del Señor posee una solemne y gran significación. Quiere decir que los santos así reunidos, además de reconocer la autoridad y la dignidad de la persona Cristo como la única y legítima a la que el Espíritu congrega, también reconocen los derechos y autoridad de Cristo sobre ellos en particular, y sobre la Asamblea misma. Congregarse al bendito nombre del Señor, importa el solemne llamado a realizar la verdad de la toda suficiencia de ese nombre para todas y cualesquiera de las necesidades de los santos. Importa, además, que todas las decisiones y prácticas de la Asamblea han de ser efectuadas reconociendo y sometiéndose a la autoridad de Cristo. Importa la administración de la autoridad por Él delegada en la Asamblea local. Cristo mismo, en tanto que se halla corporalmente ausente de este mundo, ha delegado su autoridad en la Asamblea a fin de que actúe en su lugar y en su nombre. De modo que, si bien el nombre del Señor congrega, además ese nombre también supone autoridad administrativa delegada en la Asamblea. En fin, el nombre del Señor importa la dignidad y la toda suficiencia de la persona divina que congrega (Cristo mismo), importa Cristo como la autoridad bajo la cual los santos se encuentran congregados, e importa la autoridad en virtud de la cual ellos obran. Todas las acciones que la Asamblea realiza en el nombre del Señor, son hechas como si Él mismo las efectuase (Mateo 18:8).
VI.- “ALLÍ ESTOY”. PRESENCIA DIVINA
Allí donde es el nombre de Cristo el que congrega a los santos, Él está presente. Esta es su promesa fiel que permanece en pie durante toda esta dispensación. Esta presencia no es prometida a los que se congregan bajo otros principios. Como ya lo hemos mencionado, no podemos decir que el Señor esté presente como centro divino donde un pastor, una doctrina, una denominación, o cualquier otro principio, es el que congrega. Lógicamente que no se trata de su presencia corporal, sino de su presencia espiritual. Nótese que esta forma de su presencia constituye una bendición y disfrute exclusivo de los santos congregados a su nombre. Él está ahí, no porque los santos simplemente se congregan o acuerdan congregarse, sino porque el Espíritu Santo los ha reunido a Él. En otras palabras, Él está ahí porque así lo ha prometido cuando el principio que congrega es su nombre, su autoridad, su persona; y no otra cosa. La presencia del Señor no depende de grandes despliegues y demostraciones que cautivan la vista, ni siquiera del grado de conciencia que los creyentes tengan de su presencia (aunque es deseable que tengan tal conciencia), ni de una refinada condición espiritual de ellos. Recordemos lo que dijo Jacob en Betel: “Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía” (Genesis 28:16). La presencia del Señor en medio de los santos queda asegurada como el fiel cumplimiento de su promesa conforme es anunciada en Mateo 18:20, y ello especialmente en un día de ruina.
VII.- “EN MEDIO DE ELLOS”. CENTRO DIVINO
La especial bendición de su promesa se funda no solo en el hecho de que Él está presente, sino también en que toma una posición muy especial en relación a los suyos: Jesucristo es el centro divino de ellos. Como tal, Él es el director de las alabanzas de los redimidos, y también es el objeto mismo de la adoración de éstos (Salmo 22:22; Hebreos 2:12; Apocalipsis 5). Como centro divino excluye todo principio de clero entre los santos, para venir a ser Él mismo la sola autoridad en el ministerio y culto. Como centro divino deja a un lado lo que es del hombre, para que sean los derechos de Cristo los que imperen en la congregación. Como centro divino es el objeto de la fe. Como centro divino es el valor de su persona y su obra, lo que congrega a los santos y lo que prima sobre todo otro interés. Como centro divino su autoridad se impone sobre toda otra autoridad.
Para finalizar, digamos que en tiempos en que muchos afirman que el lugar en donde debe congregarse un creyente es cosa de su libre voluntad y elección; nos es necesario aclarar de la manera más decidida, que esta afirmación es una falacia que encubre un estado de corazón que importa positiva desobediencia, incredulidad e indiferencia a Cristo y a la autoridad de su Palabra. Obsérvese que, en Israel, el asunto del sitio divino de congregación no quedaba librado a la voluntad humana. No había opciones en cuanto a ello. “El lugar que Jehová vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su habitación, ése buscaréis, y allá iréis” (Deuteronomio 12:5). “Y al lugar que Jehová vuestro Dios escogiere para poner en él su nombre, allí llevaréis todas las cosas que yo os mando: vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos, las ofrendas elevadas de vuestras manos, y todo lo escogido de los votos que hubiereis prometido a Jehová” (Deuteronomio 12:11). “Cuídate de no ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar que vieres; sino que en el lugar que Jehová escogiere, en una de tus tribus, allí ofrecerás tus holocaustos, y allí harás todo lo que yo te mando” (Deuteronomio 12:13-14). “No podrás sacrificar la pascua en cualquiera de las ciudades que Jehová tu Dios te da; sino en el lugar que Jehová tu Dios escogiere para que habite allí su nombre...” (Deuteronomio 16:5-6). Muchos dirán que la cuestión era clara para el israelita, pero no para el cristiano, pues en nuestros días no tenemos un templo visible como sí tenía Israel. Otros dirán que como son numerosísimos los grupos que profesan reunirse al solo nombre del Señor, es imposible saber cuál es el auténtico. Al respecto contestamos que los obstáculos para encontrar el sitio donde el Espíritu reúne a Cristo, son: la incredulidad, el orgullo religioso, y la propia voluntad. “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios” (Juan 7:17). Podemos confiar y estar absolutamente seguros que el Señor es todo suficiente para mostrar a los suyos, el sitio en el cual su presencia está en medio de los santos; y ello, con la más meridiana claridad y certeza. Pensemos que Él, como nadie, quiere guiar a los suyos de una forma íntima y personal en el asunto, de manera que haya una convicción genuina en el alma. Cuando un santo busca el sitio divino con un corazón recto y sincero, en oración, y de acuerdo al testimonio de las Escrituras, sin duda que lo hallará. El Señor puede permitir profundos ejercicios de alma en cuanto a esta verdad, más el corazón sincero no será defraudado ni dejado en confusión. La paciencia, la oración, el juicio sobre nosotros mismos, la voluntad propia quebrada, y la sujeción al testimonio de la Palabra, constituyen el infalible camino que llevará a la certeza. Es necesario no desanimarnos en medio de la confusión reinante. Si esperamos en Cristo y nos movemos según su guía, hallaremos certeza en cuanto a la senda que debemos cursar. “Senda que nunca conoció ave, ni ojo de buitre la vio; nunca la pisaron animales fieros, ni león pasó por ella” (Job 28.7-8).
R. Guillen