LA MESA DEL SEÑOR: LA RECEPCIÓN ES RESPONSABILIDAD DE LA ASAMBLEA LOCAL
Otra cosa que la iglesia primitiva practicaba y que es casi inexistente en la Cristiandad en la actualidad, es el cuidado en la recepción de las personas a la comunión.
Antes de contemplar los principios en la Palabra de Dios que están involucrados en la recepción, es necesario comprender que la asamblea local tiene ciertas responsabilidades acerca de aquellos con los que están en comunión. Como hemos visto antes, la Biblia indica que la asamblea local debe mantenerse pura de tres clases de mal porque la asociación con tales cosas afectará y contaminará a la asamblea como un todo. Más importante todavía, el Señor habita en medio de Su pueblo reunido a Su Nombre (Mateo. 18:20), y por ello la asamblea debe mantener el mal fuera de en medio de ella para poder permanecer como un lugar adecuado para Su presencia. «La santidad conviene a tu casa, OH Jehová, por los siglos y para siempre» (Salmo. 93:5, RVR). Las clases de mal que la asamblea debe mantener fuera de en medio de ella son el mal moral, el mal doctrinal y el mal eclesiástico.
Los principios de recepción
Ahora bien, a la vista de lo que la Biblia enseña respecto a la pureza de la asamblea, cuando alguien desea partir el pan a «la mesa del Señor» (1 Corintios. 10:21), la asamblea debe tener cuidado en no introducir a la comunión a alguien que pueda estar involucrado en un mal, sea éste un mal moral, doctrinal o eclesiástico. El principio es sencillo. Si una asamblea local es responsable para juzgar el mal en medio de ella, como hemos mostrado (1 Corintios. 5:12), entonces sigue naturalmente que debe ser cuidadosa acerca de qué o a quién introduce en medio de ella.
En el caso del mal eclesiástico, se precisa de paciencia y de discernimiento en cuanto a identificarlo en alguna persona. Es diferente que alguien esté asociado con error clerical debido a ignorancia y que alguien esté manteniéndolo y promoviéndolo de manera activa.
Puede darse el caso de que un creyente que sea desconocedor del orden escriturario de Dios para el culto y el ministerio cristiano acuda procedente de una denominación de hechura humana que practique un orden clerical, y que él quiera partir el pan a la mesa del Señor. Aunque pueda estar asociado con error eclesiástico, no está, en aquel momento, en mal eclesiástico. Y si esta persona es conocida como piadosa en su vida y sana en doctrina, no debería haber obstáculo para que pueda partir el pan, aunque no haya roto formalmente sus vínculos con aquella denominación. Toda la cuestión se reduce a esto: «¿Cuándo una asociación eclesiástica en ignorancia llega a ser mal eclesiástico?» Creemos que la sencilla respuesta es: «Cuando la voluntad de la persona está activa.» La determinación de esto último demandará discernimiento de parte de la asamblea. En tales casos, la asamblea necesita estar totalmente dependiente del Señor para conocer Su voluntad en aquel punto.
Bajo condiciones normales, los hermanos deberían permitirle partir el pan, esperando y confiando que el Señor haya estado obrando en su corazón, y que, tras haber participado de la Cena del Señor, deje el terreno en que ha estado hasta entonces y que continúe con los que están reunidos al nombre del Señor. Este principio se ve en Segundo Crónicas 30– 31. Ezequías permitió al pueblo de Judá y a algunos de las diez tribus separadas que participasen de la Pascua y que adorasen al Señor en el centro divino en Jerusalén.
Después, ellos se volvieron a sus hogares y destruyeron sus ídolos e imágenes (no estamos con esto insinuando que las denominaciones de cuño humano se correspondan con la idolatría. Nos estamos refiriendo sencillamente al principio general). ¡Lo interesante que debe observarse aquí es que Ezequías no les había dado la orden para ello! Fue una respuesta de sus corazones, y surgió sencillamente de haber estado en la presencia del Señor en Jerusalén. Pero si alguien quiere proseguir acudiendo a ambos lugares, la asamblea y la denominación, con regularidad, no se le debería permitir. Como J. N. Darby observó, una persona así no está actuando de manera honesta ni con los unos ni con los otros. También señaló que al ir creciendo la dejadez y la corrupción en el testimonio cristiano, se haría más y más difícil practicar este principio. Se precisa de más discernimiento según la situación general va volviéndose más y más tenebrosa.
Se ha dicho con acierto que la asamblea local no debe tener una comunión abierta ni cerrada, sino más bien una comunión precavida. La asamblea debe recibir a la mesa del Señor a cada miembro demostrado del cuerpo de Cristo que no se vea impedido por una disciplina escrituraria. Si fuera de otra manera, estaría actuando de manera inconsecuente respecto a la base del un cuerpo sobre la que profesa estar reunido (Efesios. 4:4).
Mientras que cada cristiano tiene su puesto a la mesa del Señor, no necesariamente tiene derecho a estar allí, porque puede haber perdido este privilegio debido a estar envuelto en algún mal.
¿Quién decide quien debería estar en comunión?
Es importante comprender que los hermanos en la asamblea local no deciden lo que es apropiado para la mesa del Señor y lo que no. La norma es la Palabra de Dios. Esto se debe a que no se trata de su mesa: es «la Mesadel Señor». Las preferencias personales, los gustos y los desagrados de los que están en la asamblea, no tienen nada que ver con la recepción. La Palabra de Dios lo decide todo. Cuando no hay ninguna razón escrituraria por la que una persona deba ser rehusada, aquella persona es recibida. Si una persona creyente ha sido bautizada, es sana en la fe y piadosa en su vida, no hay razón por la que deba ser rechazada. El conocimiento de las Escrituras no constituye un criterio. Puede que se trate de un creyente simple, pero la Escritura dice: «Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones» (Romanos. 14:1).
Sin embargo, que uno sea sano en la fe y de andar piadoso no puede a menudo determinarse de manera inmediata. Ello puede ser tanto más difícil de determinar cuanto mayor sea la confusión de la que sale una persona en el testimonio cristiano. Si la cosa es así, entonces la sabiduría dictará que la asamblea pida a la persona que desea estar en comunión que espere un tiempo. Esto no significa que la asamblea está afirmando que aquella persona está conectada con algún mal. Pudiera ser, pero sencillamente no lo saben, y deberían esperar hasta que queden satisfechos de que no lo está, porque en último término son responsables ante Dios acerca de a quién introducen en comunión. La Escritura dice: «No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos» (1 Timoteo. 5:22). Aunque la aplicación de este versículo es más amplia que su aplicación a la mesa del Señor, da un principio por el que la asamblea puede guiarse tocante a la recepción. Ello no dará ofensa a una persona madura y piadosa, porque ciertamente ningún cristiano piadoso esperaría que la asamblea violase un principio de las Escrituras. De hecho, debería darle confianza de que está acudiendo a una comunión en la que hay interés por la gloria del Señor y por la pureza de la asamblea.
¿Son suficientes los testimonios personales?
Un principio importante que debe ser comprendido en relación con esta cuestión es que la asamblea, en su funcionamiento dirigido por las Escrituras, no hace nada por el testimonio de un testigo. Las cosas que tengan que ver con la asamblea deben hacerse según este principio: «Por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto» (2 Corintios. 13:1).
Comparar también Juan 8:17 y Deuteronomio 19:15. Por ello mismo, la asamblea no debe recibir personas sobre la base del propio testimonio de ellas. Y especialmente por cuanto cada uno tiene la tendencia a dar un buen testimonio de sí mismo, como dice la Escritura:
«Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión» (Proverbios. 16:2). Y otra vez:
«El que habla por su propia cuenta, busca su propia gloria» (Juan. 7:18).
Esa es la razón por la que se debe pedir a una persona que desee entrar en comunión que espere, especialmente cuando la asamblea no sabe nada de ella. Una vez la asamblea local ha llegado a conocer a una persona que desea entrar en comunión, puede recibirla sobre la base del testimonio de otros.
Este es un principio que aparece por toda la Escritura. Incluso el Señor Jesucristo, el Señor de la Gloria, se sometió a este principio cuando se presentó a Israel como su Mesías. Dijo: «Si yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio no es verdadero (esto es, no es válido según la ley)» (Juan. 5:31). Luego pasó a dar cuatro otros testimonios que certificaban quién era Él: Juan el bautista, Sus propias obras, Su Padre, y las Escrituras (Juan. 5:32-39). Aunque tenía muchos testigos de Su condición de Mesías, el Señor advirtió a los judíos que llegaría el día en que ellos, como nación, recibirían a un falso mesías (el Anticristo) sin testigos para respaldarle. Dijo: «Si otro viene en su propio nombre, a ése recibiréis» (Juan. 5:43). De este modo, el Señor denuncia la práctica de recibir a alguien en base de su propio testimonio.
Los hijos de Israel faltaron en esa misma cuestión cuando recibieron a los gabaonitas en base del testimonio de ellos mismos (Jos. 9). Esto está registrado en las Escrituras para advertirnos del peligro de tales prácticas.
Hechos 9:26-29nos da un ejemplo del cuidado que la iglesia primitiva tenía para recibir a alguien en su comunión. Cuando Saulo de Tarso fue salvado, deseó entrar en comunión con los santos en Jerusalén, pero fue rehusado. Aunque todo lo que debió decir a los hermanos en Jerusalén acerca de su vida personal fuese cierto, sin embargo no fue recibido en base de su propio testimonio. No fue recibido hasta que Bernabé tomó a Saulo y lo llevó consigo a los hermanos, dando testimonio de la fe y del carácter de Saulo, de modo que hubo el testimonio de dos hombres. Después de esto, «estaba con ellos en Jerusalén; y entraba y salía» (Hechos. 9:28). Si la iglesia primitiva no recibió de inmediato a Saulo de Tarso, es cosa cierta que los cristianos en la actualidad no deberían esperar ser recibidos de inmediato cuando desean estar en comunión en una asamblea local.
La prueba de la profesión de una persona
Otro importante principio en la recepción es que hay el principio de poner a prueba la profesión del que solicita ser recibido. Si alguien dice que es cristiano, debe demostrarlo apartándose de todo pecado conocido. Segunda Timoteo 2:19 dice: «Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.» Véase también Apocalipsis 2:2 y Primera Juan 4:1. Si no se aparta de iniquidad, no es sincero en su confesión. Esto es de especial importancia en un tiempo de ruina y de desmoronamiento en el testimonio cristiano, cuando abundan todas las clases de mala doctrina y práctica. Un ejemplo de esto se ve tipológicamente en Primera de Crónicas 12:16-18. David era en aquel tiempo el rey rechazado de Israel. Componentes de las varias tribus de Israel se dieron cuenta de su error de rechazarlo, y acudieron, reconociéndolo como el rey legítimo de Israel. Cuando acudieron los de la tribu de Benjamín (la tribu del rey Saúl), les puso a prueba su profesión. Cuando su confesión fue considerada genuina, y mostraron que de veras estaban del lado de David, dice: «Y David los recibió.»
Si una persona mantiene mala doctrina, está claro que la asamblea no debe recibirlo, porque estará en comunión con la mala enseñanza (cp. 2 Juan. 9–11; Romanos. 16:17-18). No nos referimos con ello a diferencias que los cristianos puedan mantener en cuestiones como el bautismo, sino en aquellas cosas que afectan a los fundamentos de la verdad cristiana. La Escritura dice: «Y el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, acogeos los unos a los otros, como también Cristo nos acogió, para gloria de Dios» (Romanos. 15:5-7). Esto muestra que la asamblea debe recibir a personas en comunión cuando puedan glorificar a Dios «unánimes, a una voz». Si se recibiese a alguien que mantuviese alguna falsa enseñanza, ¿cómo podría la asamblea «unánimes, a una voz», glorificar al Señor? Ellos estarían diciendo una cosa, y esta persona estaría hablando otra. Sería confusión. El apóstol Pablo dijo a los corintios: «Os exhorto, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer» (1 Corintios. 1:10).
Otro tipo del Antiguo Testamento ilustra el cuidado ejercido en la recepción. Cuando en los días de Nehemías fue reconstruida la ciudad de Jerusalén, el centro divino sobre la tierra donde el Señor había puesto Su Nombre, había un gran peligro de parte de los enemigos que los rodeaban. Por ello, se dio orden de no abrir las puertas para dejar entrar a nadie en la ciudad «hasta que caliente el sol (literalmente: hasta el calor del sol)» (Nehemías. 7:1-3). Se aseguraban de que no hubiera ni rastros de oscuridad antes de recibir a nadie en la ciudad. Hasta entonces, hacían estar a la gente «allí», esperando. Al aumentar las tinieblas en la Cristiandad en esos últimos días, se debe ejercer esta clase de cuidado en la recepción. Véase también Primera Crónicas 9:17-27 («los porteros»).
Todo esto suena generalmente a cosa muy extraña para la mayoría de los cristianos, que no conocen nada más que los métodos denominacionales de comunión abierta. El énfasis en las iglesias es conseguir tanta gente para el grupo como sea posible. Se hacen grandes esfuerzos para este fin. Ser cuidadosos acerca de quién entra en comunión parecerá probablemente cosa bastante insólita, pero esto es lo que enseña la Palabra de Dios.
¡Demasiado exclusivos!
Algunos objetan a esas enseñanzas, declarando que es ser exclusivista. Queremos enfatizar de nuevo que estos principios no son de nuestra invención, sino que son principios que la Palabra de Dios enseña. Las asambleas cristianas locales deben ser exclusivas respecto al pecado, y si no conocen con qué está conectada una persona, deberían andar con cuidado.
«Pruébese cada uno a sí mismo»
Otros objetan a esas enseñanzas sobre la base de Primera Corintios 11:28, que dice: «Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.» Pretenden que la asamblea no debe «probar» a la persona, sino que ella debe «probarse» a sí misma, y participar entonces de la Cena del Señor.
Ahora bien, si el versículo significase tal cosa, entonces entraría en colisión con el principio que hemos mencionado: que la asamblea es responsable de juzgar el mal en medio de ella, y que debe ser cuidadosa, por tanto, acerca de quien entra en comunión (1 Corintios. 5:12). Por cuanto la Palabra de Dios no se contradice, este versículo debe referirse a algo más que a la recepción a la mesa del Señor. Mirando más de cerca el contexto del capítulo en el que se encuentra este versículo, vemos que este versículo no se refiere a aquellos que desean estar en comunión con los que están a la mesa del Señor, sino a aquellos que ya están en comunión. Cada uno en la comunión tiene la responsabilidad de juzgarse a sí mismo antes de participar de la Cena. Si no lo hace así, «juicio come y bebe para sí» (1 Corintios. 11:29). Es algo como la orden que los padres dan a sus hijos antes que se sienten para comer. Les dicen: «Lavaos las manos antes de sentaros.» Esto se aplica a los hijos de la familia que participan constantemente de las comidas de la casa. No se refiere a los vecinos de la calle. Los que están en la casa y que van a tomar la comida han de estar limpios cuando acuden a la mesa. Lo mismo sucede con la asamblea. Es a los que están en comunión a la mesa del Señor que se dirige la exhortación de que se prueben a sí mismos antes de tomar parte en la Cena.
La responsabilidad individual
En tanto que la asamblea local tiene responsabilidad en esta cuestión, por otra parte la persona que busca la comunión en una asamblea local tiene también una responsabilidad.
Si desea andar rectamente ante el Señor, debería tener cuidado en no imponer «con ligereza las manos a ninguno» (expresión de compañerismo práctico), y en no participar «en pecados ajenos. Consérvate puro» (1 Timoteo. 5:22). A la vista de esto, preguntamos:
«¿Por qué alguien iba a entrar en una asamblea de cristianos de los que no sabe qué es lo que creen o practican allí, e insistir en poder partir el pan, cuando los principios de asociación que hemos considerado significan que estará en comunión con lo que sucede allí? ¿Cómo sabe que no ha entrado en medio de un grupo de personas que mantienen doctrinas blasfemas o que llevan a cabo prácticas horrendas?» Sólo podemos pensar que tal persona no ha considerado nunca esas cosas, o sencillamente que no las cree. Y desde luego hay muchos cristianos que creen que pueden asociarse con lo que deseen y que no son afectados por ello. Pero la Biblia nos dice que sí somos afectados por aquellos con los que nos asociamos. «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres» (1 Corintios. 15:33; 1 Timoteo. 5:22; Hageo. 2:10-14; Deuteronomio. 7:1-4; Josué. 23:11-13; 1 Reyes. 11:1-8, etc.). Por esa razón, una persona que busque la comunión con una asamblea de cristianos de la que poco o nada sabe debería tener cuidado. Debe mantenerse puro. Esta es una responsabilidad de cada cristiano.
Este cuidado se ve en un tipo en el Antiguo Testamento tocante al culto de Israel, y nos da guía a los cristianos cuando buscamos hoy el lugar designado por Dios. El Señor dijo: «Cuídate de no ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar que veas; sino … en el lugar que Jehová escoja» (Deuteronomio. 12:13-14). Traduciendo esto a términos cristianos significa que uno no debería ir sencillamente a cualquier lugar para ofrecer su culto. Debe hacerlo sólo en el lugar donde el Señor quiera que lo haga. A la vista del mal y del apartamiento de la Palabra de Dios en el testimonio cristiano actual, y al peligro de ser conducido al error, uno no debería ofrecer el sacrificio de alabanza en una asamblea de cristianos de la que no sabe nada. Necesita llegar a conocer algo primero acerca de aquella compañía de cristianos, antes de desear estar en comunión con ellos. Si alguien ha encontrado el lugar al que él cree que el Señor le puede estar guiando, no debería precipitarse a partir el pan en comunión con ellos hasta que sepa lo que aquella asamblea mantiene y practica. Necesita orar acerca de ello y esperar en el Señor hasta que se sienta satisfecho de que no se está asociando con algo que es para deshonra del Señor.
Que el lector sea guiado por el Señor en este importante paso.
Cartas de recomendación
Otra cuestión estrechamente relacionada con la recepción es el uso de las cartas de recomendación. Se trata de una carta escrita de una asamblea a otra (y firmada por dos o tres hermanos), encomendando a una cierta persona o personas a la comunión de los santos a aquella localidad a la que van de viaje. De nuevo, esto es algo que por lo general no se practica en las iglesias en la Cristiandad. Un ejemplo de esta práctica entre los cristianos primitivos se ve en el caso de Apolos en Hechos 18:24-28. Él era un hombre sumamente dotado, pero necesitaba una carta de recomendación de los hermanos para ser recibido por las asambleas en Acaya, que hasta entonces no sabían nada de él. Esto de nuevo muestra el cuidado que había entre los cristianos primitivos en cuanto a aquellos con los que estaban en comunión. Véase también Romanos 16:1 y Segunda Corintios 3:1-3.
B. Anstey