¿PODEMOS HACER LO QUE LA ECRITURA NOS PROHIBE?
Muchos cristianos responden a esas cosas razonando que si las Escrituras no tratan o prohíben algo de manera específica, en tal caso Dios no lo considera de importancia. Por cuanto según ellos la Biblia no trata de la cuestión de cómo los cristianos deben reunirse para el culto y el ministerio, concluyen que es algo que debería dejarse al gusto y a discreción de cada uno. Consiguientemente, no ven nada malo en introducir en el cristianismo cosas que no están en la Biblia.
Ahora bien, esta suposición no es correcta, sencillamente, porque la Biblia sí que trata la cuestión de cómo los cristianos deben reunirse para el culto y el ministerio. El orden tradicional de gobierno de la iglesia en las denominaciones en la Cristiandad no sólo no se encuentra en la Palabra de Dios, ¡sino que mucho de ello entra en clara contradicción con la Palabra de Dios!
En segundo lugar, no es un principio racional ni sano proceder a razonar desde una perspectiva negativa (desde lo que no está en la Biblia) para dilucidar la mente de Dios acerca de un tema (2 Timoteo. 1:7). Se trata de un principio falso, y desde luego es poner las cosas del revés. En esencia, lo que se está diciendo es: «Para el culto y el ministerio podemos hacer cualquier cosa que no esté mencionada en la Biblia!» Nosotros preguntamos: «¿Es de esta manera que Dios trata las cuestiones en la Escritura?» Si aplicásemos este principio a otros temas bíblicos, prácticamente no habría fin en lo que podríamos hacerles significar. Ello nos trae a la mente los días de los jueces, cuando «cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jueces. 17:6; 21:25; Deuteronomio. 12:8; Proverbios. 21:2). T. B. Baines ha dicho con razón: «O bien Dios ha establecido un orden para la asamblea, o bien ha dejado al albedrío humano el hacerlo. Si Él ha establecido un orden, es claramente obligatorio para todos, y cada alejamiento de este orden es un acto de desobediencia.»
Si buscásemos sinceramente hacer Su voluntad, ¿no sería más lógico volver a la Palabra de Dios y comenzar de cero, por así decirlo, diciendo: «No haremos nada más que aquello que esté en la Palabra de Dios para la reunión de los cristianos para el culto y el ministerio? Esto es lo que trataremos de hacer en el resto de este libro.
B. Anstey