LAS OFRENDA FRENTE AL DIEZMO
Otra cosa que ha venido a formar parte integral de los servicios eclesiales denominacionales es el diezmo (dar el diez por ciento de los ingresos personales). Se trata de algo distintivamente judaico, y ha sido tomado del orden terrenal de cosas que la epístola a los Hebreos llama «el campamento» (Levítico. 27:30-34; Números. 18:21-24; Hebreos. 13:13).
Pero no tiene lugar en el cristianismo. El cristianismo opera en base de unos principios totalmente diferentes y mucho más elevados que el sistema mosaico de la ley. Imponer tales normas a los hijos de Dios hoy en el cristianismo es comprender mal la gracia y también comprender mal la distinción que existe entre el judaísmo y el cristianismo. En Segunda Corintios 8–9 tenemos los principios para las aportaciones de los cristianos. No hay ni una palabra en esos capítulos, ni en ningún otro lugar del Nuevo Testamento, que mande a los cristianos que usen el método legalista del diezmo en sus colectas.
Los principios que gobiernan las aportaciones de los cristianos son sencillos. Primero debe haber un darnos a nosotros mismos al Señor y a la voluntad de Dios; luego dar de nuestros bienes según la medida que poseamos. Dice: «Será acepta (la ofrenda) según lo que uno tiene, no según lo que no tiene» (2 Corintios. 8:5, 11-12). En el judaísmo no importaba si alguien estaba bien dispuesto o no: debía dar su diez por ciento. Era la ley. Este no es el principio sobre el cual los cristianos deben dar. La aportación del cristiano es algo que debe proceder del corazón antes que tenga valor delante de Dios. Si no hay «la voluntad dispuesta», entonces la aportación de la persona es algo meramente legal, y no tendrá un verdadero valor sacrificial.
En esos dos capítulos, el apóstol Pablo desarrolla el propósito de la aportación cristiana. Muestra que era:
1) Para expresar compañerismo a los otros miembros del cuerpo de Cristo (2 Corintios. 8:4).
2) Para abundar en cada aspecto de la experiencia de Cristo (2 Corintios. 8:7).
3) Para demostrar la realidad de nuestro amor (2 Corintios. 8:8, 24).
4) Para imitar a nuestro Señor Jesús (2 Corintios. 8:9).
5) Para ayudar a suplir las necesidades de los demás (2 Corintios. 8:13-15).
6) Para que podamos tener la experiencia práctica de Dios abundando para con nosotros según Su plena suficiencia (2 Corintios. 9:8-10).
7) Para dar ocasión a otros para que den gracias a Dios (2 Corintios. 9:11-15).
8) Para que pueda abundar el fruto en nuestra cuenta (Filipenses. 4:17).
En el orden de Dios se deben hacer colectas sobre una base regular el primer día de la semana, cuando los santos se reúnen. La Palabra de Dios dice: «En cuanto a la colecta para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, …» (1 Corintios. 16:1-2). Aunque la colecta mencionada en este versículo se refería a las necesidades específicas de los santos en Jerusalén, el principio sigue manteniéndose en la actualidad. Sigue habiendo necesidades específicas en la iglesia.
La ocasión en que se recoge la colecta debería ser cuando los santos se reúnen para el partimiento del pan el primer día de la semana (Hechos. 20:7). Hebreos 13:15-16 vincula el sacrificio de «la comunicación (de los bienes materiales)», (RV) o «ayuda mutua» (RVR) con el «sacrificio de alabanza» que se ofrece en el partimiento del pan.
Lo que es abiertamente espantoso en la Cristiandad actual, y desde luego es una deshonra para el Señor, es que se induce a los que no son ni siquiera salvos para que aporten a las colectas. La impresión que eso deja en las mentes de la gente del mundo es que pueden hacer algo aceptable para Dios en su estado no regenerado. Más que esto, les da la impresión de que el cristianismo es un sistema de toma y daca. Como observó cierta persona, «vuestro Dios debe ser desde luego muy pobre, porque siempre os tiene a los cristianos pidiendo dinero.» Sin embargo, en la Biblia no leemos de colectas en las que participen los que no eran salvos. El hábito de la iglesia primitiva era no aceptar colectas públicas. Para guardarse de conceptos que el mundo pudiera abrigar, los siervos del Señor en la iglesia primitiva tuvieron buen cuidado en no aceptar «nada» de aquellos en las naciones que llevaban el evangelio y que no conocían al Señor (3 Juan. 7). Y éste sigue siendo el orden de Dios para la iglesia en la actualidad.
B. Anstey