LA INCREDULIDAD DE NAZARET

Categoría de nivel principal o raíz: Estudios Bíblicos
posted by: R,G

LA INCREDULIDAD DE NAZARET

Favor Leer Mateo 13:53 al 58.

 

La incredulidad puede tener sus mil formas y manifestaciones, y aun puede asumir maneras muy refinadas y supuestamente amparadas en la pretendida lógica de la razón humana; mas siempre tropezará y se escandalizará en Jesucristo, el Hijo de Dios. Por el contrario, la genuina fe que Dios inspira en el alma, siempre posee un único y mismo objeto que la gobierna y dirige, dándole contenido y sentido divino en todo el andar: el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Objeto, sobre el cual la fe otorga toda certeza y convicción, tanto en lo que hace a su persona, a sus variadas glorias, a su magnífica obra, a su Palabra. En tanto que la fe nos hace apreciar a Cristo según las estimaciones del cielo, en perfecto acuerdo con Dios y su verdad; la incredulidad que el Señor halló en Nazaret, pretendió reducirlo a un estrecho círculo de relaciones puramente humanas y carnales, relaciones temporales y terrenales, conformes la inicuas consideraciones del pensamiento y el corazón natural del hombre. Este fue, sin duda alguna, el terreno moral que el Señor Jesús encontró en Nazaret, la ciudad donde había residido desde su infancia (Mateo 2:23).

En Nazaret, su tierra, Jesús enseñaba en la sinagoga de los judíos como era su costumbre. Mas su sabiduría del cielo, y los poderosos milagros que pusieron en evidencia la presencia del Cristo en Israel, lejos de tocar la conciencia de sus vecinos, fue motivo del cuestionamiento incrédulo del corazón endurecido de ellos. Se maravillaban al escuchar y ver en Jesús estas cosas; mas este maravillarse, es el asombro de la incredulidad que no podía ver en Él sino solo una trama de vínculos humanos y carnales, que como un velo sobre los ojos y el entendimiento, les impedía apreciar lo que en Él es celestial y divino. Así es la incredulidad, siempre pretende llevar al Hijo de Dios al nivel de lo puramente humano y terrenal, procurando disociarlo de lo divino y celestial. La pregunta, “¿de dónde tiene?”, era la evidente y contundente expresión de la incredulidad, que más que reconocer la fuente divina de su sabiduría y de su poder, justamente suponía lo contrario: negarla. Esta era y es la más contundente y concreta incredulidad, que pudo darse respuesta a sí misma por otras preguntas igualmente surgidas de la dureza del corazón: “¿no es éste...?” La incredulidad tiene sus preguntas y sus respuestas por las que se justifica a sí misma. Así, lejos de ver en Jesús aquella naturaleza divina y celeste de cuya fuente fluía su sabiduría y su poder, su gracia y bondad para con los hombres; lejos de ver en Él al Cristo de Dios; lejos de ver en Él al Jehová del antiguo tiempo que visitaba a su pueblo; se escandalizaron de Él, y lo redujeron al hijo del carpintero, a vínculos humanos y temporales que le identificaban con una madre y hermanos terrenales. Así, la honra del más grande profeta de Dios y de todos los tiempos, no le fue dada ni reconocida en su tierra ni en su casa.

Todo esto, nos lleva a considerar qué cosa tan abominable es la incredulidad sobre la persona del Señor Jesucristo, la incredulidad sobre Aquel que es el eterno Hijo de Dios, desde que ella deja al hombre en su propia ceguera; pero aun peor: le deja en sus propios pecados e iniquidades, así como le cierra el cielo de todas las beatitudes eternas. La incredulidad de Nazaret es la propia del judaísmo que despreció a su Cristo, aun cuando hubo oído su sabiduría y visto sus milagros. Así, ellos mismos se tuvieron indignos de ser salvos por la fe en Aquel que justamente se las traía. Así, el más grande privilegio de Dios dirigido al judío, fue despreciado por la incredulidad.

El evangelio de las buenas nuevas de salvación, fue primero dirigido al mundo judío; y solo luego, llegó a los gentiles. Y en este negocio, la incredulidad judía no frustró la fe de los gentiles; por el contrario, fue la puerta que abrió la inmensa obra de la gracia salvadora de Dios entre ellos.

“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16). “Entonces Pablo y Bernabé, hablando con de- nuedo, dijeron: A vosotros a la verdad era necesario que se os hablase primero la palabra de Dios; mas puesto que la desecháis, y no os juzgáis dignos de la vida  eterna, he aquí,  nos volvemos a los  gentiles. Porque  así nos  ha mandado el  Señor, diciendo: Te  he puesto para  luz de  los  gentiles, a fin de que seas para salvación hasta lo  último de  la  tierra. Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna” (Hechos 13:46-48). “Sabed, pues, que a los gentiles es enviada esta salvación de Dios; y ellos oirán” (Hechos 28:28).

R.G